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lunes, 22 de noviembre de 2010

Vive la revolution!

Aunque en España somos propicios a pensar que no, lo cierto es que los franceses tienen cosas buenas. Más de las que creemos y muchas, muchísimas, compartidas con nosotros, los españolitos. También compartimos muchas cosas malas pero hoy no toca. Es más, de lo que quiero hablar no es de una virtud compartida sino de una que sólo ellos tienen. Me refiero como sociedad que individualmente cada uno es cada cual. Vamos allá: A los franceses no les levanta un derecho ni Dios Bendito y Soberano que se aparezca en un carro de fuego tirado por siete hidras heptacéfalas. Yo creo que esto les viene de la famosa revolución, esa que quien más quien menos hemos estudiado alguna vez. Empezaron pegando un puñetazo en la mesa después de cientos de años de aguantar que los reyes la casa de Borbón (también es casualidad) tocándoles la moral (no escucho ese aplauso reconociendo mi contención verbal en este punto). La siguiente fue declarar con más o menos retórica que a ellos no había ya más rey que les dijese lo que podían hacer y como fin de fiesta le cortaron la cabeza al titular, a su señora y a cuantos pudieron pillar se sus simpatizantes. Lo chungo de los franceses es que cuando empiezan algo no saben parar y ya puestos, para darle vidilla a la guillotina, cualquier cuello les venía bien. Probablemente es por eso que frecuentemente acaban mal. Han dado varios ejemplos históricos, el mismo Napoleón que se puso a conquistar países sin cuento hasta que se empachó con tanto triomphe y terminó fatal, o su sobrino, Napoleón III, que se lió a refundar el  imperio hasta que se pegó un prusianazo de padre y muy señor mío, etcétera.

En estos días, en realidad semanas atrás, los que vivimos en esta tierra hemos podido disfrutar de esa determinación numantina de los franceses a la hora de defender sus derechos. Me refiero a las protestas por el retraso de la edad de jubilación. Empezaron haciendo un rosario de huelgas generales, todas ellas envidia de los sindicalistas españoles, de las que yo sólo me enteraba por la prensa. Más bien porque me lo contaban porque la prensa francesa la miro poco, es que ningún kiosko me pilla de camino así que leo L'Ocean cuando voy a la peluquería nada más. Bueno pues el caso es que en Nantes no se notaba practicamente nada, si acaso la gente que lleva a los críos a la escuela pública así que la cosa se fue calentando hasta que entraron en la fiesta los lycéens, que es como se llama aquí a los estudiantes de bachillerato. Parece ser que los licéenes en cuestión andan muy preocupados porque si se retrasa dos años la edad de jubilación a ver si luego ellos no van a encontrar trabajo cuando lleguen al mercado laboral, sólo eso faltaría. ¿Y qué mejor para quitarse las preocupaciones que cortar el tráfico de tu ciudad? El día que los chavales encantadores tomaron la simpática decisión coincidió con que llevaba a Guillermo al colegio. Llegamos de milagro entre un rosario de blasfemias y de insultos al común de los conductores franceses que sin duda dejarán huella en la educación de mi hijo. Eso o el ver a su padre echando espumarajos por la boca pero vamos que el trauma está garantizado. Tras dejar al niño en el colegio y tratando de llegar al trabajo me tragué un atasco de los que hacen afición pero vaya, que no llegué el último a la oficina ni mucho menos.

Se ve que la iniciativa de los simpáticos bachilleres nantaises animó a la afición y a partir de aquello se sucedió una escalada de acciones de protesta a cual más imaginativa y gratificante, a saber, no permitir el abastecimiento de las gasolineras, no recoger la basura, cortar los puentes del Loira con barricadas incendiarias y otras cosillas de esa índole. Pese a tener la ciudad convertida en un residencial todo-incluido para ratas y cucarachas y tener que hacer unas colas desesperantes para poner gasolina en el coche la gente comprendía y apoyaba la reivindicación en el convencimiento de que se defendía un logro histórico conquistado con el sudor y aún la sangre de la clase obrera. La ignorancia sobre los temas políticos y sociales es una de las características comunes de franceses y españoles de esas que hablaba al principio.

Finalmente el gobierno de Sarkozy ha conseguido aprobar la famosa ley, el derecho a la jubilación se va a ganar a partir de los 62, se acabó el cachondeo ya hombre, y las protestas han ido disminuyendo hasta desaparecer pese a que los líderes sindicales pusieron a Dios por testigo de que no volverían a pasar por el aro. Bueno, en realidad eso es lo que pensábamos y lo que pensaría cualquiera, que han pasado por el aro, pero fuentes de toda solvencia aseguran que no, que lo que ocurre es que se acerca la Navidad, que hay que hacer muchas, muchas compras y preparar las celebraciones y que noviembre y diciembre no son época para andar de huelgas y manifas, que ya habrá tiempo en primavera. ¡Qué miedo!

1 comentario:

  1. Ashaver, A.
    Me empiezas a recodar a los caballeros españoles de los años 50-60. Según cuentan (yo, o no existía o existía poco por aquel entonces) eran capaces de desmelenarse en extranjero, pero ni bien volvían a España retomaban la misa diaria y las recias costumbres.
    Ahora viene el paralelismo. ¿Si tanta rojez es censurable en el extranjero, a que viene ser un asiduo de La Pravda y la Sexta en la madre patria? Lo que describes con una mezcla de hartura y desprecio sobre la izquierda francesa, es el pan nuestro de cada día en El Estado Plurinacional. Seguro que Ana Belén y su troupe (que ahora pide el voto para Joan Herrera de Iniciativa per Catalunya (!), Wyoming y Forges, por citar 3 entre 3.000.000, estarían encantados de una izquierda tan activa y vocinglera... y tú con ellos.
    Tu fiel club de lectores, en el que me precio de militar, reclama una comparación entre la izquierda patria y la izquierda gala.
    Desde el respeto y la admiración.
    J.

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