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lunes, 8 de agosto de 2011

En aguas turbulentas

Estoy de vacaciones. Es la segunda vez este verano, mis vacaciones son breves pero abundantes, lo uno por lo otro. Los franchus no entienden que uno se pueda ir de vacaciones de verano por un periodo inferior a tres semanas con lo que mi actitud estajanovista les tiene más confundidos que la noche a Dinio. Yo les he insistido mucho en que me llamen y me cuenten como les va pero no lo hacen. Está por descubrir si es por respeto a las vacaciones del jefe o porque son una panda de capullos. Sea como fuere se van a cagar la semana que viene, eso si no me cabreo antes y les doy yo la llamadita.

El caso es que el viernes me cogí un avión en Nantes que me dejó en Madrid en un decir "¡Ay Jesús!", maravillas de la modernidad que nunca dejan de impresionarnos. Al día siguiente salí de excursión con mis amiguitos, Fernando y Joaquín. Nos fuimos a nuestra excursión anual de buceo, una tontería que nuestras familias nos consienten desde hace unos cuantos años; veremos si la complacencia continúa el día que digamos de organizar la Bucealia en el Mar Rojo o cosa así. En esta ocasión y dada la escasez de fluido vital (dinero) hemos repetido un clásico, Tossa de Mar, en la Costa Brava, con alojamiento en ca Joaquín, en Cerdanyola mismamente. El viaje desde Madrid en coche de Fernando, diesel, a seis y pico litros el kilómetro, muy bien. Ya a la ida hemos contado con la originalidad de J que tenía que recoger su coche en la estación del AVE de Zaragoza, una historia compleja y cargada de surrealismo como las que a él le vienen ocurriendo.

Chez Joaquín ha sido para nosotros un lugar de tradición hospitalaria del que todos guardábamos un grato recuerdo: barbacoas en el jardín, niños disfrutando de un descanso después de un largo viaje desde Bélgica, Fernando a punto de romperse una vértebra al caer por la escalera... Ahora J vive solo, los días laborables, una parte de ellos en realidad, con lo que la situación de la casa es un poco diferente. El mobiliario en general ha desaparecido salvo algunas excepciones, y la piscina se ha convertido en un criadero de mosquitos tigre de la variedad "fieras insaciables" que han demostrado una eficiencia a la altura de los más exigentes baremos. Nuestro acomodo en can J fue tal que así: Fernando que duerme allá donde se quede inmóvil más de cinco minutos, se acomodó en un delicioso jergón, préstamo de  una vecina, depositado en el suelo; yo, que soy más delicadito, en una cama hinchable.

Primera noche en Cerdanyola primera cena, primera curda. En estado calamitoso llegamos a la casa (habíamos cenado en el barrio) y nos distribuímos en nuestros respectivos cubículos. Al cabo de un rato me incorporo alarmado porque un oso grizzli ha entrado en la habitación de Fernando y lo ha devorado. Falsa alarma, el angelito se ha dormido con la puerta abierta que al cabo J cerró sin comprender que dos habitaciones más allá le despertasen los bramidos del Bello Durmiente. El vídeo que presento es una muestra de los bramidos en cuestión. Para disfrutarlos en plenitud aconsejo subir bien el volumen del ordenador porque la grabación es un poco precaria.



Tras una noche de mierda en la que debimos dormir unas cuatro horas, Fernandoso alguna más, nos encaminamos hacia Tossa de Mar a sumergirnos en la mediterraneidad. El olvido por parte del señor Usera de su cámara de fotos sirvió para que Joaquinito le estuviese haciendo sangre varias horas. Café con bollo y a bucear no sin antes celebrar el rito de embutir a Fernando en el traje de buceo, una operación que se complica de año en año sin que quede muy claro si el motivo está en el aumento de la masa magra de F o en el encogimiento y esclerotización de la submarina indumentaria.

Los hechos fernandinos merecerían no ya una entrada sino un blog completo. Como  él no se decide igual un día acabo escribiéndoselo yo.

Las dos primeras inmersiones fueron desde barco. En el nuestro íbamos como diez buceadores. Cuando llegamos a la playa - el barco se abordaba desde la playa- había un tránsito notable de submarinistas. En Tossa hay, según nos han contado, unos seis clubes de buceo a los que se añaden los que vienen de localidades próximas. Eso supone que en un domingo se pueden llegar a juntar sesenta buceadores o más, primero en la zona de entrada al agua y luego en el punto de buceo. Nuestro pequeño grupo, los tres más un individuo bastante agradable y buen buceador, estaba capitaneado por un dive master (un buceador avezado que te guía en las profundidades, para quienes no entiendan la jerga) que me pareció un poco histérica. Estábamos en nuestra turné, llevábamos un rato en ello, cuando me dirgí a indicarle que tenía el aire a la mitad, tal y como había pedido que hiciésemos antes de bajar. Por alguna razón el tipo interpretó que yo estaba agobiado y se pasó el resto de la inmersión preguntándome si estaba bien. Yo le decía "¡qué sí, cojones!" pero como debajo del agua no se puede hablar pues el tipo erre que erre. Vimos bastante fauna pero lo que más abundaba eran los buceadores comunes. En esas circunstancias cuando alguien atina a avistar un bicho hace señales y una tromba de turistas submarinos ávidos de contemplar la naturaleza en estado puro se abalanza sobre él con ánimo de sacarle fotos. Tras el posado los buceadores abandonan en masa el lugar y continúan la cacería submarina dejando atrás una nube de arenas revueltas y pescados aturdidos. Y es que un buceador con cámara es un ser que no conoce; en algún momento me acerqué a contemplar un bichejo en su agujero cuando J me arrolló sin contemplaciones para hacer una foto sin que yo pudiera ver al bicho después más que en la foto en cuestión.

Dos inmersiones sucesivas colmaron las ansias de buceo de F y mías, no así las de J que si por él fuese comería bajo el agua. Algo grasoso, para que no se disuelva. Desembutimos a Fernando de su neopreno y nos fuimos a comer. Un arroz negro, buenísimo, en una terraza en la que, sin razón aparente, el camarero (gay) nos cogió manía. No lo entiendo muy bien porque a J siempre se le han dado muy bien los tíos. Con la comida una torrija terciada y a descansar a la playa de Tossa.

Allí nos acomodamos los tres en sendas esterillas playeras. Tras contemplar y comentar el panorama (femenino) a nuestro alrededor nos dedicamos a lo nuestro, J y yo a la prensa (de derechas, por supuesto) mientras que F se tumbó boca arriba, se agarró los pectorales o tetillas y al cabo de unos segundos empezó con su alegre concierto. Comenzó con un allegro ma non tropo al que siguió un potente cresscendo. Cuando alcanzaba el nivel de allegro vivacce, también llamado grado 7 en la escala de Richter, J empezó a tirarle piedras a ver si lo callaba temeroso sin duda de que los otros bañistas optasen en un momento dado por tirarnos las piedras a nosotros y echarnos de la playa por indeseables. Al cabo de varias pedradas y con el alcohol ya metabolizado optamos por continuar con los deportes de riesgo yendo a cenar a un local de moda en Barcelona.

El local en cuestión se ubica en los bajos del hotel W, una zona de lo más que viene a ser como el empijecimiento absoluto de lo que otrora fuesen los chiringuitos de la Barceloneta. De hecho se llaman así, "chiringuitos", aunque la pronunciación de la tercera "i" tiene que sonar un poco a "e" y quedar una cosa así como "chiringuetos". En los chiringuetos dan cosas de comer y beber relativamente normales pero todo lo que lo envuelve es fashion total lo que inmediatamente lo hace caro y exclusivo. Del episodio recuerdo poco, a saber, dos cervezacas, un vino navarro muy celebrado por mis compadres, algunas dosis de ron, la camarera y unas cuantas clientas.

El hermoso hotel W de Barcelona

Esa noche J, que ejerce entre otras cosas como mi camello de cabecera, me proporcionó una pastillita rosada que me permitió dormir pese a la actuación estelar del Orfeón de los Osos Pardos que tenía lugar en la habitación de F con lo cual a la mañana siguiente me sentía mucho más dinámico y dispuesto a bucear entre tiburones antropófagos.

Apañamos el día con dos inmersiones desde playa en una zona que se llama "La mar menuda" y que, por la afluencia de público, sugería mucho un centro comercial en temporada navideña pero en versión submarina. Es de reseñar que a la vuelta al club y siendo necesario pagar en efectivo, salí a buscar un cajero. En mi búsqueda me crucé con J quien había hecho lo propio minutos antes. Tuvimos una conversación tal que así:

Yo: "¡Joaquín! ¿Esheabuensa kjero?
J: "¡Eberun quierda!" (apuntando con la mano hacia su derecha)

Seguí caminando como si hubiese entendido algo sin encontrar el famoso cajero hasta que tuve un pensamiento "a que va a ser verdad que hablamos poco claro..." y me dí la vuelta y me fui a buscar por la calle de la derecha.

Agotados de tanto esfuerzo decidimos premiarnos con un poquito de marisco y un vino blanco en el mismo restaurante del día anterior donde el mismo camarero gay nos volvió a atender aunque parece que esta vez estaba amistoso. Todo iba muy bien y así habría terminado si J no se pone a manifestar a gran volumen sus opiniones sobre la política catalana lo que nos condujo a finalizar la colación entre miradas recelosas. Un mancebo de notables proporciones, con una abundante melena rubia peinada hacia atrás, hijo del dueño del restaurante (o novio) y sueño lúbrico de nuestro camarero, nos invitó a un segundo café vista nuestra determinación de rechazar todo tipo de chupitos.

La torrija subsecuente, la número 3 de la expedición, decidimos bajarla con un paseo por la simpática villa de Tossa y con el empaquetamiento de nuestros equipos en el useramóvil. Vuelta a Cerdanyola y a prepararnos para la última noche loca.

Dadas nuestra edad y nuestra condición, es difícil tener una noche loca tras otra. A requerimiento de F regresamos a la zona de la noche anterior si bien esta vez nos buscamos un chiringueto más chiringueto, es decir, igual de pijo y de caro pero con mucha menos variedad y con pretensiones de más rústico. Ya la cosa no nos dio ni para vino, lo apañamos con unas cervecicas y unas pocas de raciones que a mi me parecieron más unas muestras que unas raciones. La fiesta terminó con unas dosis de alcohol de alta graduación en la terraza-piscina del hotel W, más fashion que la leche, atendida por unas camareras muy aparentes y en general un poco sosa si la compañía son dos varones heterosexuales y tú compartes esa misma condición.

De vuelta a chez J otra pastilla rosa de esas que me hacen tanto bien, un sueño más o menos continuado y de vuelta a Madrid. Me lo he pasado bien.

Dos merluzos de La mar menuda (Tossa de Mar, Gerona)

Se pueden ver más fotografías de esta épica excursión pinchando aquí.

Esta entrada ha sido posible gracias a las magníficas fotografías submarinas y terrestres de J y a la destreza de mi hija Laura que ha conseguido que los ronquidos monstruosos de F puedan ser disfrutados desde esta página. Agradecido a los dos.

3 comentarios:

  1. Todas esas fotos son de J? Si es asín mi más sincera enhorabuena.

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  2. Por cierto, mi más sincera enhorabuena para la voz principal del Orfeón del Oso. Indescriptible...

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  3. Hola pavo, la verdad es que, a pesar de que te metes mucho conmigo, me he reído cantidad, aún me estoy secando las lágrimas. Para que luego digas que no te leo...

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