Vistas de página en total

sábado, 27 de agosto de 2011

El cumpleaños de la nena

La pequeña Laura ha cumplido dieciséis añitos, ahí es nada. Nos vamos a evitar el rollo nostálgico conducente a una reflexión sobre la brevedad de la vida y la levedad del ser que es un coñazo y vamos a ir directamente al asunto. Se lo ha merecido la interfecta. Por otra parte, aquellos que tengan hijos adolescentes me entenderán bien y los otros se acordarán de esto que cuento el día que los tengan.

La cosa empezó el miércoles pasado. Después del gimnasio nos fuimos a buscar algún objeto del gusto de la nena por el centro comercial Atlantis, habitual de estas páginas. En primer lugar nos dirigimos a una tienda de ropa cuyo escaparate lucía una hermosa cazadora roja de plasticuqui legítimo por la que la criatura había mostrado alguna inclinación. Lamentablemente y sorprendentemente también, no tenían ninguna salvo la expuesta. Curiosa costumbre esta de exponer la ropa que no tienen. Nos encaminamos pues a Zara, que es como la casa de Dios por su ubicuidad en busca de un digno sustituto. Algo así encontramos, o eso me pareció, cuando vi un conjuntito muy apañado de camiseta negra con algo escrito en letras doradas y una especie de camisa/chaqueta de algodón, una cosa así como zarrapastrosa a la vez que quedona.

Al día siguiente, el día D o quizás día C, de cumpleaños, consideramos que sería oportuno salir a cenar al japonés preferido de la niña y darle el regalito y cincuenta euritos de vellón. Yo creo que no está mal, vaya, no es un sweet sixteen de americanos horteras pero tampoco una celebración de rumanos, una cosa así, mediadita, normal.

La primera fue darle el regalo. Un poco cara de culo ya puso al ver que no era ni una cámara de vídeo de euros 450 ni un fajo de billetes de similar calibre. Yo nunca he llegado a verla con el modelito puesto aunque su madre asegura que sí, que se lo probó. En definitiva, no le gustó.

La segunda parte del plan consistía en ir a cenar. El jueves llovía generosamente en Nantes, algo que últimamente se ha convertido en hábito, a ver si levanta un poquito la puta borrasca, con lo que salimos directamente en coche desde el garaje. Parece ser que los jueves es el día de salir de los nanteses. Eso o ese día habían decidido salir todos. Aparcamos en la Place Viarme y caminamos al restaurante Joyi, donde un par de horas antes habíamos intentado reservar sin saber muy bien si lo habíamos conseguido. No, no lo habíamos conseguido así que de vuelta al coche a iniciar la peregrinación bajo la lluvia. La de la onomástica así como que arrastrando los pies y de talante abúlico. ¿Niña, qué te apetece? ¿Niña, vamos a comer una pizza? No. ¿Vamos al Hipopotamus? No. ¿Vemos este otro sitio? ... Hasta que decidimos que con todo tan lleno y con tanta falta de entusiasmo por parte de la protagonista mejor nos íbamos a casa.

Hoy se ha dado bastante mejor. La nena estaba normal (no inspira ganas de apretarle el cuellín) y se ha ocupado, esta vez sí, de reservar en Joyi. El restaurante me lo enseñaron a mi Silvia y Eduardo y no se come mal. El caso es que habíamos estado alguna que otra vez antes y no teníamos la experiencia que otros relatan, que son muy lentos. Efectivamente, lo son. Llegamos a las nueve de la noche. A las diez menos cuarto estábamos esperando que nos tomasen nota y sólo a las diez y veinte nos sirvieron la sopa de algas y tofu y la ensalada que precede a las comidas japonesas. Los hijos, hay que decirlo, han madurado mucho porque hace unos años, cuando nos hacían estas cosas en Bélgica, lloraban desconsoladamente. Me puedo imaginar cuando esto mismo se lo hicieron a Lou, mi amigo americano, que viene de un país en el que si no te das prisa en comer, te sirven el segundo antes de que hayas terminado el primero y juro por mi madre que no me lo estoy inventando. Yo creo que el tema estaba en que los dos pavos de rasgos orientales que se veían eran todo el personal del local. Seguro que preparan la comida y sirven las mesas y claro, no dan a basto. Eso sí, amables un rato, al final, a media noche, tras tres horas de cena, uno de ellos se ha enrollado con nosotros, muy amable el chico. Nos ha invitado a un chupito de sake, algo muy inusual en Francia (que te inviten a algo) que sólo yo he aceptado aunque creo que Guillermo se habría ensilado otro sin problemas. El problema le habría venido después porque el sake, perfumado al gengibre, tenía 45 grados de alcohol.

Bueno, al final no ha estado mal lo del cumpleaños aunque lo del regalo me provoca mucha frustración. ¡Hay que joderse con los regalos de las nenas de la casa, mira que son difíciles!


4 comentarios:

  1. El "Ahora que he hecho?" de Guillermo, genial. Es como verme en un espejo. Como Laura siga escalando en el perfeccionamiento de su look francés, la próxima vez la saludaré con una parrafada en galo: Croissant, Tour Eiffel, Miterrand, Baguette (creo que hasta ahí llego).

    ResponderEliminar
  2. Pues mira tú por donde el que está hecho un gabacho de pro, que habla francés por los codos, es Guillermo. La otra es más bien yankee (del este, cuidadín) que además es lo que le gusta.

    ResponderEliminar
  3. Cuñado querido no te frustres con lo de los regalos a tus nenas....las dos estan en una edad dificil....

    ResponderEliminar
  4. Yo lo de que te traigan el segundo antes de acabarte el primero lo veo de lo más normal...

    ResponderEliminar