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domingo, 6 de marzo de 2011

Fin de semana

Este fin de semana me había propuesto dedicar el sábado a hacer un reportaje turístico de los sábados de esta mi ciudad prestada, haber ido a mercadillos y mercados, a tomar cervezas en las terrazas, a visitar monumentos, etcétera y hacer un puñado de fotos para luego ponerlo en el blog y que así lo vean amigos y familiares, allegados todos en general. El motivo principal es que teníamos anunciado un buen tiempo pertinaz, en claro contraste con las simpáticas nevadas que cortan las carreteras de Madrid. Por cierto que tengo una fuerte opinión formada sobre ese particular pero hoy no toca, hoy es el día de hablar del fin de semana. La segunda parte del plan, la del domingo, consistía en ir a dar una vuelta por los alineamientos de menhires de Carnac y por Quiberón (que en francés se escribe sin acento).

Digamos que el plan se me ha quedado en la mitad, hoy domingo he estado en Carnac y Quiberon pero ayer lo del paseo se quedó verdaderamente menguado. La cosa empezó mal el viernes por la noche. Nos metimos una sobredosis de televisión que pasó por un programa buenísimo de TVE sobre el envejecimiento en el que los ratones de María Blasco, una científica española de mucho mérito e infinitamente más mediática que J, interpretaban un papel principal. Lo seguimos con el capítulo de la semana de "Cuéntame cómo pasó" y lo rematamos con alguna serie pillada en la internet, total que cuando nos quisimos ir a la cama eran casi las cuatro. Ante semejante panorama no hubo quien madrugase. Yo concretamente me levanté  a las once y veinte de la madrugada y cuando conseguí espabilarme, lo cual me costó como una hora, me fui a correr. De vuelta de la actividad deportiva hice la comida y me dormité "La bataille d'Anglaterre", una película en la que los ingleses muestran a los franceses como se pelea en las guerras y que ellos ponen con el rollo ese que se han inventado de que también ellos ganaron a los alemanes. Y mis cojones treinta y tres, que decían en Vaya Semanita. Bueno, al turrón que me disipo y me salen unas entradas larguísimas que no me las va a querer publicar ningún editor. El caso es que entre unas cosas y otras el paseo empezó a las seis y para cuando llegamos al centro ya no había ni mercados, ni bullicio ni Cristo que lo fundó. Nos dimos una vuelta por el centro y acabamos cenando en Planet sushi, una especie de restaurante japo, supermoderrrrno, muy del gusto del niño. Después tuvimos una experiencia alucinante con el servicio de autobús de Nantes. Resulta que los autobuses normales de Nantes terminan el servicio a las nueve de la ¿noche? Desde la Plaza del Comercio, que es el centro de la ciudad, a nuestra casa, el autobús es el 54 durante el día y el F durante la noche. Los autobuses en Nantes son increíblemente puntuales, a lo cual contribuye sin duda que, pese a ser una panda de atorrantes y unos conductores realmente horribles, los nanteses respetan el carril bus como si les fuera la vida en ello. Tienen en las paradas una tablilla en la que se indica el horario y oye, llegan como un clavo, son alucinantes. A las 21 horas 15 minutos exactamente apareció el F y allí nos subimos. El aspecto del personal que ocupaba el vehículo era un poco patibulario, la verdad, y por allí aparecieron unos inspectores que le daban a todo un aire un poco surreal. Yo no sé que nivel de delincuencia habrá en Nantes pero es el tipo de sitio en el que te puedes dejar un bolso a la vista en el coche y no pasa nada. El autobús emprendió la marcha y aquello era como viajar en coctelera, qué velocidad llevaba el tipo, una cosa increíble. En siete minutos estábamos en casa.

Hoy no ha sido igual, hoy les he hecho madrugar. A las diez de la madrugada que los he levantado. Nos hemos metido en el coche y nos hemos ido hasta Carnac. En Carnac hay un montón de menhires puestos en fila india y es una cosa que impresiona. Entre otras cosas porque los plantaron allí entre 6000 y 2000 años antes de Cristo. Los menhires en sí mismos resultan un poco frustrantes porque no se parecen nada a los que salen en las historias de Asterix. Se trata de unos pedrolos bastante irregulares, en general más gruesos por un extremo que por el otro y de tamaños muy diversos, que los tipos aquellos se dedicaron a clavar en el suelo por el extremo más delgado. Nadie sabe por qué con lo cual asumimos que se trata de un tema religioso porque los piedros en cuestión no sé de donde los sacarían pero ya te digo que del vecindario no era, es decir, que los tenían que arrancar de la roca madre en algún lugar distante, llevarlos allí arrastras y ponerlos de pie sin grúa, que todavía no se habían inventado; normalmente ese tipo de gilipollez estéril la hacemos los seres humanos para agradar a esos seres invisibles que por lo visto nos organizan la vida y que conocen el por qué de lo que nos pasa, a los que llamamos dioses (o Dios si sólo hay uno). La hipótesis se ve reforzada por el hecho de que los hay desde muy gordos, que deben pesar varias toneladas, hasta unos de tamaño paupérrimo y sólo 60 Kg, y esto me sugiere a algo relacionado con las posibilidades de la familia, que hace ofrendas tanto más voluminosas y lujosas cuanto mayor es su fortuna (más cuartos tienes, más gracias le tienes que dar a Dios).






Mucho más hermosos los menhires de Obelix, no hay color
Tras el paseo entre menhires nos hemos bajado a la simpática villa de Quiberon, una isla que queda convertida en península porque se mantiene unida al continente por un estrecho istmo. En Quiberon hay playa, restaurantes y conservas pesqueras porque su puerto disfrutó el "honor" de ser el puerto sardinero más grande de Francia. Hoy estábamos a nueve grados y no era cosa de bañarse pero siempre es agradable pasearse por la playa ¿no?


Así de hermoso estaba hoy el mar en Quiberón. La placa es en memoria de los marineros desaparecidos mientras pescaban sardinas

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