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domingo, 6 de febrero de 2011

En el teatro

He ido al teatro, así de simple, si bien es cierto que la cosa tiene su historia. Realmente la pretensión original no era ni mucho menos ir al teatro, en realidad queríamos ver ópera. Durante mis primeras semanas por aquí me estuve informando de como estaba el asunto de la lírica y la música clásica en Nantes, dado que en Madrid y hasta donde he sabido, ir a una ópera es complicado y caro. En Nantes hay una especie de pequeño teatro de la ópera que se conoce como Théatre Graslin, sito en la plaza del mismo nombre y que, solidariamente con el Grand Théatre, de Angers, organiza una temporada lírica en otoño-invierno. Como estas cosas son muy del gusto de P, rápidamente se puso al asunto y allá por el mes de septiembre de 2010 consiguió unas entradas para el 4 de febrero de 2011. Es curioso que las entradas solicitadas por internet aparecieron en casa por correo ordinario, ya digo que los franceses y la tecnología combinan regular nada más.



Unas fotos del teatro de mi pueblo

El caso es que a la vista del programa P me propuso ir a no-sé-que de Venecia que asumimos sería "El mercader de Venecia" lo cual encontré yo buena idea. Reconozco que un poco de empanada entre Venecia, Shakespeare y Otello ya tenía yo y que en realidad la imagen en mi cabeza era Plácido Domingo interpretando al "moro de Venecia", algo muy culto y adecuado en cualquier caso, apropiado para un espíritu elevado como es el mio, un ser de gustos delicados y distinguidos, la hostia en bote vaya.

Plácido Domingo vestido de Otello, el paradigma de la fineza 

Así las cosas, el día 4, viernes, acudimos ilusionados y maqueados a ver nuestro nosequé de Venecia. Ya P me iba advirtiendo que tras estudio detallado de los programas y la información disponible no parecía que fuese la ópera tal cual sino algún tipo de selección. Ningún problema porque a la hora de la verdad una ópera son tres horas de representación de las cuales sólo enganchan las piezas que te colocan en selecciones del tipo "Los Tres Tenores" y el resto, que en épocas pretéritas y a falta de discotecas era el rato que se ocupaba en ligar con la del palco de al lado, ahora se dedica a poner cara de intenso y a entrar en comunión con las chispas (francamente escasas) de divinidad que habitan el espíritu de los hombres. Hay que tener cuidado con la comunión esta porque te puede llevar con cierta facilidad a un sueño profundo acompañado de ronquidos que vienen a ser mal recibidos por los ocupantes de las butacas próximas. Además la legendaria incomodidad de los asientos de los teatros es un riesgo añadido para la integridad de las vértebras cervicales de este tipo de comulgantes.

Bueno pues a las ocho de la tarde del cuatro de febrero nos presentamos en el Théatre Graslin a ver nuestro Otello veneciano abreviado. El teatro estaba llenísimo, parece que a los franchus les va mucho el rollo cultureta y que acuden masivamente a cualquier acontecimiento de tipo artístico. Yo diría que el gusto de los franceses por las cosas culturales es uno de los aspectos que les diferencian de los españolitos que somos más de Gran Hermano y Sálvame/Belén Esteban. Cierto es que aquí en Francia los políticos de derechas que son los que gobiernan ahora no piensan que haya que eliminar todo tipo de subvención al arte al contrario que nuestros encantadores liberales que consideran que si lo que genera beneficio económico porque engancha al personal es la Princesa del Pueblo pues ¡hala, a la mierda el teatro y viva La Noria! Todos a hozar en la telebasura que es lo que más dinero deja y por lo tanto lo que más derecho tiene a existir.

En fin, nos acomodamos en nuestras localidades, bajaron las luces, subió el telón, comenzó a sonar música barroca y aparecieron sobre el escenario dos actores manteniendo una animada charla en francés. Así, a pelo, en francés, ni subtítulos ni nada. Al cabo de un rato se pusieron a cantar, muy bien, muy agradable, pero se acabó el cántico, cambió el escenario y más conversaciones en francés. Al final el tema resultó ser una especie de zarzuela, menos canto y más parla que una zarzuela pero vaya, ese era el fundamento. La historia era que Antonio Vivaldi se disponía a dar un concierto en su Venecia natal y que un par de malotes, uno de los cuales era su hermano gemelo, le querían reventar el espectáculo. Finalmente le secuestran a la Prima Donna a la que no consigue rescatar pese a la ayuda incondicional del enamorado de la cantante, un tal William (creo que es Shakespeare pero eso no me quedó muy claro porque hablaba con acento inglés pero salía vestido de fraile) y un bizarro comisario con espadín. Al final todo resulta ser una pesadilla del propio Vivaldi que despierta y al comprobar que no pasa nada queda muy contento, situación esta que se celebra con los cánticos pertinentes.

Me gustó así en general. Lo de las canciones me gustó, visualmente era muy atractivo y ya si me hubiese enterado de lo que decían los actores seguro que había sido la leche. Al salir del teatro nos encontramos con unos amigos que han estado de visita en la ciudad este fin de semana y aprovechamos que ella habla francés para preguntarle el título de lo que habíamos visto:

- ¿Esto significa "El Mercader de Venecia"?

- No, no, cauchemar es pesadilla, significa "Pesadilla en Venecia"

Y entonces lo entendimos todo. Qué chungo es el analfabetismo.

"Pesadilla en Venecia" de Jean-Luc Annaix y Michel Arbatz. Acertamos en la mitad.

1 comentario:

  1. Cuanta cultura pardiez! Y qué nivel Maribel pillar esas charlas en francés.
    Por cierto, el otro día creí ver a la auténtica y genuina princesa del pueblo (rodeada de sus Uruk-Hai)
    Todavía tengo agujetas de huir despavorido...

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