Todo esto que he contado subyace, como no podía ser de otra manera, en la empresa para la que trabajo, ya por poco tiempo. Se da además la circunstancia agravante de que nuestro gran jefe es un tipo con algunas capacidades mentales por encima de lo habitual, particularmente en lo que se refiere a detectar errores y erratas. Este tipo se dedica a asistir a presentaciones y reuniones con el afán de destripar resultados, hundir conclusiones, afear formatos y básicamente, humillar públicamente a quien presenta/dirige la reunión. Lo más curioso es que el tipo es un cabrón pero no es una mala persona porque él cree, y de verdad que lo cree de buena fe, que esa humillación a la que somete a la gente no es sino un ejercicio didáctico en el que todos los presentes tienen oportunidad de aprender la forma correcta de hacer las cosas: él centra sus "enseñanzas" en uno concreto para que todos los asistentes tomen nota. Según él, los que se cabrean e incluso se echan a llorar (típicamente las chicas) son una panda de inmaduros que no saben separar lo personal de lo profesional y no merecen entrar en el Valhalla de los dioses vikingos ni en nada que se le parezca remotamente. Es fácil imaginar el efecto demoledor de semejante pedagogía. Por lo pronto la reunión semanal en la que los distintos equipos van presentando sus resultados y que tiene por denominación oficial Lab Meeting, aunque mi querida M la ha rebautizado recientemente y con mucho tino como el paredón de Vivalis, se ha convertido en una sala de torturas que ríete tú del Santo Oficio. La gente pasa por periodos de angustia y congoja tratando de imaginar cual va a ser la excusa para destrozarlos en público. Y ser público también resulta muy desagradable, de verdad lo digo.
Dos ingenieros de proceso presentando resultados en un Lab Meeting |
Todo esto hemos intentado explicárselo a nuestro jefe bienamado recientemente. Yo particularmente en directo y con público delante, en el transcurso de una reunión dedicada a "quejas y críticas", le dije que si pone en solfa públicamente a un director de (proyecto, departamento o lo que sea) ante aquellos que le reportan, esta desposeyendo al individuo en cuestión de cualquier vestigio de autoridad y que por lo tanto jamás habrá ni disciplina, ni equipo ni más autoridad que la suya propia. Él asiente y hace como que se da por aludido pero al cabo de diez días repite la maniobra y vuelta a la casilla de salida.
Con ánimo de enmendar la situación, ha organizado la compañía unas bonitas sesiones de... de algo que no sé como llamar pero que consiste en reunirse con un consultor-facilitador y criticar la situación de manera constructiva, en plan qué puedo hacer por cambiar las cosas y qué pueden hacer por ayudarme. Yo procuro ser optimista y colaborador pero la verdad es que no lo veo, lo único que veo es que cuando una empresa anda con esa estrechez de miras, muy grande, lo que se dice muy grande, no va a ser nunca. Para colmo he vuelto de la reunión que se celebraba en L'Ille de Nantes a la fábrica con Stephen Brown, el inglés que no come cosas negras ni que tengan ojos o patas, otrora mi jefe, y un redomado cínico que pese a llevar veintiseis años viviendo en Francia, sigue siendo más británico que el Royal Albert Hall. En el camino nos hemos dedicado a despotricar de los conductores franceses, lo peor según Steve y particularmente los conductores de Nantes, y a dudar del desenlace del ejercicio espiritual que nos había ocupado durante la mañana. Pienso que Steve debería darse una vuelta en un automóvil conducido por Silvia - que tiene la necesidad de hacer seis o siete cosas a la vez por más que una de ellas sea conducir - o incluso con la pamplonesa Paula que acostumbra a discutir con el tozudo de su coche que no se deja meter la sexta (ya tenía problemas con el coche anterior y eso que tenía una marcha menos); quizás eso suavizase su agria opinión sobre los conductores bretones.
A todo esto, ayer tuvimos una fiesta de empresa, la fiesta de navidad, en la que hubo cena, copas, regalos y alegría sin fin. Yo, que soy un sieso de reconocido prestigio y que últimamente duermo fatal, opté por diluirme en el éter a eso de las 19:30 con Lou y la mencionada Silvia pero mis colegas franchus se quedaron celebrando y festejando hasta las 23:30 de la madrugada. Esta mañana las caras eran un poema. Por cierto, me regalaron una caja de bombones y euros 100 en cheques regalo que P y mis hijos ya están elucubrando en qué gastar.
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