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sábado, 14 de mayo de 2011

A casa por vacaciones

Hola a todos. Hace ya unos cuantos días que no dejo nada nuevo en este mi humilde blog pero se debe, como buena parte de la pequeña pero fiel parroquia sabe, a que he estado de vacaciones en Madrid donde carezco del soporte técnico que esta modalidad literaria requiere así como del tiempo que igualmente se precisa para hacer este o cualquier tipo de literatura. Ya estoy de vuelta, centrado y organizado así es que vuelvo a las buenas costumbres.

Mi pueblo y París. Un aire de familia sí que se dan.

Pues como contaba, me he pasado una semana en mi pueblo tras cuatro meses de ausencia. Ha sido breve pero intenso, como corresponde a los emigrantes pijos. Y es que esto de la emigración ha cambiado mucho. Antes, en los 60 y 70, la gente se iba porque no había otra, se marchaban a trabajar a las fábricas de la pudiente Europa dejando atrás a su pobre patria quasi-tercermundista y con ella a familia y amigos con los que tenían contacto de tarde en tarde y por el correo ordinario. Cuando conseguían ahorrar podían plantearse un viaje a casa a ver a los familiares y a presumir de lo bien que les iba en Francia, Suiza, Alemania… Nada que ver con lo de ahora que uno puede mantener contacto habitual con cualquiera y por diversos medios incluida la videoconferencia. Siendo así es todavía más inexplicable que esos viajes a casa se conviertan en una especie de maratón en el que tienes que ver a todo el mundo pero el caso es que así ocurre. ¿Y qué cosa hay más genuinamente española que ver a los seres queridos delante de un plato de comida o una bebida o las dos cosas? Pues verdaderamente ninguna o muy pocas y como uno es lo que es no merece la pena resistirse. Paso a relatar mi semana loca:

El viernes aterricé en Madrid y cené con P y las criaturas, la calma que precede a la tempestad. El sábado, tras ser despertado por el autobús a la ocho,  me cogí a los niños y marchamos a comer con mis padres y mi hermana menor en un vano intento de aliviar la sensación de mal hijo que de forma inevitable e irracional me produce el hecho de haberme ido a vivir lejos de ellos y varios conflictos más de los que prefiero no hablar porque carecen de gracia y al final voy a parecer un espíritu atormentado en lugar del ser de luz que realmente soy.

Tras la comida familiar y después de conocer la nueva keli de mi hermana menor, cenuqui con amigos de Serono. Un lugar muy majo, elegido por Manolo, que se llama “Algún lugar” y que nos salió más barato porque con estas cosas de la crisis hay descuentos para todo y en este salió de algo llamado www.eltenedor.es

 Domingo. Discreto tráfico que me despierta a las ocho. Con gran habilidad consigo fijar una cita mañanera con J para una cerveza de 12:45 a 13:30. Nos vemos, nos besamos, nos encontramos ideales mutuamente, comentamos lo bien que se está en los bares gracias a la ley antitabaco (según J lo único decente que han hecho los socialistas) y a las 13:30 nos despedimos con puntualidad suiza. Por la tarde paseo por el centro de la ciudad con cuñados y sobrino putativo (es que me gusta más decir “putativo” que “político” aunque no sea exactamente lo mismo).

Lunes. Festivo en Madrid. Discreto tráfico que me despierta a las ocho y media. Compra de algunos elementos básicos en el Hipercor del Campo de las Naciones (mi segunda casa hasta que fuera desplazado por la T4 del aeropuerto de Barajas) y, tras la comida, un largo, largo café con los padres de Angel. Angel es un excompañero de colegio de mi niña que se va a venir a pasar unos días a Nantes con nosotros a instancias mías y claro, los padres consideraron oportuno que nos conociésemos, entiendo que para comprobar que somos gente normal y no unos psicópatas asesinos o una secta satánica. Soy incapaz de recordar lo que hice por la noche, creo que la familia de P estuvo en casa.

Martes. El jodido camión de la basura y millones de coches me despiertan a las siete y media. Salgo de casa temprano y voy a mi cita con una head hunter que me ha venido hablando de un puesto en Madrid que no me convence mucho pero vaya, que el tiempo del no siempre es otro. Un par de horas de entrevista y comida con F. Nos vemos, nos besamos, nos encontramos un poco gordos mutuamente y además de ponernos morados, nos cogemos un ciego de cervezas y ballantines gon gogagola y nos despedimos afectuosos con promesa de cenar el viernes con J. F me deja en Callao donde he quedado con mis hijos para ir al cine ¿y qué película ven un padre y sus dos hijos de 11 y 15 años? Naturalmente “Torrente 4”, una obra educativa, edificante, arte y ensayo. Juro que la película la eligieron ellos y además les encantó. A mí también, claro. De vuelta a casa vimos el furbo. Mi suegro se suma a la fiesta.

Miércoles. Una hábil acción conjunta del camión de la basura y el autobús me despiertan a las siete y media de la mañana. Salgo de casa algo menos temprano que el día anterior pero dejando el equipaje hecho porque a las tres y media de la tarde viajo en tren a Pamplona. Me blanqueo los dientes. Según P es mi regalo de cumpleaños. Salió más barato de lo habitual gracias a otra de esas ofertas de internet que abundan en estos tiempos de incertidumbre. Por la noche cenorra en Pamplona con mis amigos de allí. Nos besamos, nos encontramos divinos y consumimos cantidades inmoderadas de comida y alcohol. Todo muy saludable. Me alojo en casa de Santi y Paula quién además me hace de choferesa. Casi una experiencia religiosa lo de Paula y su coche nuevo de seis velocidades.

Jueves. Tras cinco horas de sueño amenizadas por los cánticos poderosos del joven Joaquín Navas Serrano, vástago primogénito de Paula y Santiago y sin duda gran promesa de la lírica española, me voy a que el tío de Paula me haga la declaración de ingresos a la Hacienda Foral de Navarra, que el año pasado me cobró unos pocos de miles de euros más de los que correspondía (cabrones). Paseo por Pamplona y tren a Madrid a las 14:30 donde llego a las 17:40. Como P me ha abandonado por un antiguo jefe suyo que tenía ella y con el que ha quedado para tomar café con mojicones, decido cruzar a pie por El Retiro para coger el 28 en O’Donell. En el camino descubro que no se me ha quitado la alergia misteriosamente como yo creía, sigue ahí la hija de puta, y que el Paseo de La Chopera, donde otrora me dedicase yo a montar en bicicleta, ha desaparecido y se ha convertido en el bosque de no-sé-qué. Por fin en casa, caigo derrengado en el sofá hasta la llegada de mi suegro que les ha cogido mucha ley a su hija y sus nietos. Un par de cuñados se suman a la fiesta.

Pamplona y sus tipismos. Lo del cura es de diario, lo de las chicas manifestándose es una vez al año y además son extrajeras

Viernes. Una horda de conductores enloquecidos persiguiendo un autobús me despiertan a las siete y media de la mañana lo que me permite desconectar el despertador una hora antes de que suene. La necesidad de madrugar viene de que he quedado con Diana para tomar un café con su correspondiente mojicón que en mi caso es un croissant lo que me hace sospechar que me he afrancesado más de lo que estoy dispuesto a admitir. Nos vemos, nos besamos, ella me ve a mi más delgado, yo a ella más juvenil, nos contamos nuestras cosas y nos vamos. Cuando de regreso, me dispongo a entrar en el garaje, me encuentro con P que va camino de la Junta Municipal de Distrito a resolver temas de coches. Me ofrezco a llevarle lo que deriva en un viaje a la junta de San Chinarro donde por fin conseguimos aclarar el barullo administrativo derivado de la expatriación del coche pequeño. A continuación nueva visita al Hipercor del Campo de las Naciones para que P compre una silla de playa que está de oferta y que en Nantes no las ha visto. Más tarde me engancho a Guillermo y nos vamos a buscar a mis progenitores para ir los cuatro al restaurante Tao en Moraleja Green a comer comida oriental. Todo muy rico y abundante. Padres a su casa, niño a la suya y yo a quemar la noche con F y J que me recogen a las 21:30

F, J y yo nos besamos otra vez (nos ha dado por eso) y ya sin encontrarnos nada de particular y pasando de prolegómenos nos vamos a cenar en Paulino de Quevedo. Me gustó, todo muy rico y abundante, acompañado por un Matarromera crianza  de 2007 que este par de asnos no supieron apreciar pero que yo encontré estupendo. Con la sensibilidad ya perdida en la mayor parte del cuerpo nos desplazamos a Honki Tonk, un clásico de la noche madrileña donde siempre, siempre ha habido gente de nuestra edad y mira que hace más de veinte años que vamos por ahí, aproximadamente la edad de los dos pedazos de pivones que atendían la barra. Dres gindoniscs bas darde nos vamos a casa no sin los preceptivos besos de despedida y exaltación de la amistad.

Sábado. Una carrera de autobuses con escape libre y camiones de basura me despierta a las ocho de la mañana, acabaré por cogerle afición al tema. Mal que bien consigo dormitar hasta las nueve, momento en que nos levantamos, cargamos el coche y emprendemos, a eso de las doce y cuarto, el camino de regreso a Nantes donde llegamos a las once y media.

Domingo. Afortunadamente han terminado las vacaciones. El primer síntoma es que me despierto a las diez y media por propia iniciativa y escucho los pájaros que pueblan el parque que tengo junto a mi casa. Durante la mañana me voy a correr por el parque en cuestión. Después preparo un arroz con verduras para descansar de tanta grasaza y atormentar a los hijos. Decido que voy a ir haciendo un poco de vida sana, mayormente para ir haciendo hueco para la próxima visita al pueblo que calculo será en julio.

Este es un rito que se repite cuando te vas a vivir fuera. Es agradable ver a la gente, apetece y se disfruta el momento pero ciertamente es físicamente duro y además siempre quedas fatal con alguien. En fin, c’est la vie.

NOTA: Lo escribí ayer pero Blogger estaba bloqueado y no lo he podido publicar hasta hoy, que conste.

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