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sábado, 27 de agosto de 2011

La piel que habito

¡La he visto! ¡Yo primero! La he visto antes que nadie en España porque por alguna razón la última película de Almodóvar se ha estrenado en Nantes antes que en Madrid. Y es que aquí Almodóvar es un tipo que disfruta de gran predicamento, le han dado no sé cuantos premios César de esos, que son como los Goya pero en francés, le han condecorado y yo no sé cuantas cosas más. Cualquier día harán con él como con las corridas de toros, nombrarle patrimonio cultural de Francia.

La peli la vi hace una semana pero no había tenido oportunidad de hablar de ello. P fue la impulsora principal porque a mí Almodóvar, que me gustaba mucho en los 80', poco a poco se me ha ido haciendo aburrido y sus últimas películas me han parecido un poquito pesadas. El colmo está en "Volver", que consiguió dormirme aunque creo que "Hable con ella" es todavía más petardo. Por todo esto entré yo en el cine con una cierta aprensión, esperando lo peor. De hecho, al principio, pensé que así iba a ser porque la historia se me hacía rara y no conseguía engancharme pero en un momento dado la cosa cambió. No voy a contar de que va para no reventarla, eso que llaman espoiler, pero he de decir que me pareció verdaderamente original. Si además entiende uno de terapia celular y cosas así tiene incluso más gracia. La gracia de ver que un tipo como Almodóvar se haya estado documentando y se sienta interesado por esos temas. Por supuesto el tratamiento que les da es por completo irreal pero seguramente si no eres del oficio cuela.

Los actores me pareció que estaban muy bien. Banderas fenómeno, au point, que decimos por aquí. Elena Anaya de lujo porque hace un personaje muy raro y aún así resulta convincente y Marisa Paredes, el tercero de los papeles principales, también muy bien.

El caso es que la película no parece haber empezado con buen pie, no llevó premio en Cannes y a P no le gustó. A P le gustó mucho más "Volver". Yo os recomiendo que vayáis a verla y si acaso lo discutimos luego.

Seguro que a mi madre tampoco le gusta. Últimamente me lleva mucho la contraria con el cine...


Dos actorazos a la par que dos guapazos

Dans le gymnase (en el gimnasio)

No es la primera vez que hago apología desde esta mi humilde tribuna del ejercicio y sus muchas ventajas y parabienes. La mayoría del personal procura ignorarlo porque hacer ejercicio es bastante molesto en general. Como es bien sabido resulta mucho más cómodo dejarse caer sobre alguna superficie horizontal a generar adipocitos y a obstruirse las arterias con unos buenos pegotones de colesterol. Sin embargo como yo os quiero a mi público todo seguiré dando la brasa con el asunto.

Fiel a mis principios sigo un programa que combina la carrera pedestre, así se llamaba en tiempos, con un programa de musculación. El pelo se me sigue cayendo igual pero por lo menos consigo mantener el barrigón dentro de unos límites razonables y además me ha dejado de doler la espalda. La carrera pedestre la ejercito por Nantes todo, con especial preferencia por La promenade du val de Chezin y La promenade de l'Edre, dos ríos nanteses con su correspondiente parque. La musculación la hago en un gimnasio de la cadena Fitness First que todos conoceréis porque también está en España.

Una vista de mi gimnasio

Mi gimnasio se encuentra en el Centro Comercial Atlantis del que supongo que ya vais entendiendo por que es mi segunda casa. El gimnasio lo constituye una bóveda principal y varias salas adyacentes, sugiriendo el conjunto una serie de capillas menores alrededor de la nave de una iglesia principal; el templo de la salud. En la parte principal se encuentran una multitud de cintas para correr, bicicletas estáticas, máquinas de remo y otros artefactos por el estilo, todo ello subido a una amplia tarima. Las salas laterales tienen más gracia, una está dedicada a abdominales, estiramientos y relajación, en otra hacen spinning, una cosa muy absurda que sin embargo parece ejercer una profunda fascinación entre sus practicantes, y una sala donde hacen aerobic y cosas así. Lo del spinning es de nota. Básicamente consiste en subirse en una bicicleta estática y pedalear al ritmo de una música siguiendo las instrucciones de un monitor/animador. Eso durante una hora. Lo más notorio es que eso se hace en una sala cerrada, abarrotada, oscura y con luces de discoteca, todo destinado a exacerbar la sudoración del personal. Esto en Bélgica no creo que lo hagan, yo por lo menos nunca lo vi, porque probablemente alguno se intoxicaría por inhalación de pestilencias pero hay que decir que estos franchus son más limpios que los guarros de los belgas. A mi amigo F le va mucho esto del spinning porque se pasa la hora oteando los traseros de las compañeras de sudores; yo le alabo el gusto y lo comparto con él pero no tanto como para pasarme una hora en esa especie de hoya a presión con la música disco perforándome los tímpanos.

Tres imágenes de Spinning: 1. Lo que se ve normalmente, 2. Lo que se ve de vez en cuando y 3. Lo que ve mi amigo F. Si a alguien le interesa, sé a qué gimnasio va.

En el gimnasio hay unos cuantos monitores, chicos y chicas encantadores y muy monos todos ellos, que te orientan, te ponen programas de ejercicios y se ocupan de saber qué tal te va como si se interesasen verdaderamente. Es que los franchus se toman muy en serio el trabajo. El chico que se ocupa de P y de mí se llama Nicolas (en francés se dice Nicolá), alias "culoprieto". Es un muchacho joven, mazado sin pasarse, mulato oscuro, natural de Reunión (Departamento de Ultramar), que está para beneficiárselo tres veces seguidas sin respirar. Nicolas nos ha puesto sendos programas de ejercicios a P y a mi. Yo sigo el mio religiosamente. He decidido tomarlo como si fuese un tratamiento médico y debo decir que no me va mal. Ya estoy próximo a la lamentable meta de "pues está muy bien para los años que tiene", conclusión a la que he llegado observando de soslayo en el espejo el brazaco que se me pone tirando series de triceps.

El público del gimnasio es variado pero sobre todo se ve gente joven. Hay una proporción equilibrada, diría yo, de hombres y mujeres y hay bastante profusión de macizorras y macizorros si bien debo confesar que les presto bastante más atención a las primeras llegando casi a la ignorancia total de los segundos. Yo es que soy así de zafio. Tanto las unas como los otros son plenamente conscientes de su condición y ejercen de ello.

He aquí lo que se consigue con perseverancia y unas pesas. La de abajo a la izquierda es prima-hermana de Belén Esteban

Así como las macizorras son más de hacer aerobic y spinning y si acaso algún ejercicio en máquina, los macizorros centran mucho su campo de acción en las pesas. Pero pesas, pesas en estado puro, lo que vienen a ser barras y discos. También se utilizan alguna máquina pero siempre para cagarla con mucho peso. Es esta circunstancia la que hace que los mazaos se concentren en una esquina del local donde conviven con toneladas de acero en formato disco de la que sólo salen cuando no les queda más remedio que ejercitar algún pequeño músculo que requiera una posición fija del resto del cuerpo para poder movilizarlo. Resultan bastante desesperantes cuando necesitas algo del equipo que utilizan ellos porque parecen tenerlo pegado al cuerpo. Son unos coñazos.

Como puede verse, los gimnasios franceses no se diferencian mucho de los españoles. Yo únicamente encuentro dos diferencias, la primera es que los monitores son más amables y la segunda es la variedad racial que se encuentra entre el público. Se ven algunos negros, más que en España porque en Francia hay más, por lo menos hay más con una situación socio-laboral que les permita gastarse los duros en gimnasios, y se ven muchos moros. Los negros pertenecen todos al sector mazaos mientras que a los moros los tenemos en dos categorías, la del moro mazao o premazao, que es la más abundante, y la del morito adolescente terriblemente obeso que intenta hacer algo para remediarlo, presumiblemente a instancias de su padre. Los moros suelen ser gente delgada y con buen físico, encontrarse uno obeso es síntoma de que a la familia le va bien. También hay alguna chica negra, normalita, olvidarse los calentorros que inmediatamente habéis empezado a pensar en "diosas de ébano", y alguna mora. Se supone que una mora que va al gimnasio está integrada en la cultura occidental pero el caso es que se ha llegado a ver alguna en la cinta continua portando sus velos y capisallos. No se los ponen especiales para el ejercicio, son los mismos que usan por la calle. También recuerdo un moro premazao, jovencito, de esos que llevan barba sin bigote que a mi me resultan muy desconcertantes porque se me antoja que tienen pinta de terrorista talibán. No le he vuelto a ver desde hace tiempo lo cual significa que o bien se ha cansado o bien se ha marchado escandalizado por la contemplación de macizorras que probablemente para él sean putas francesas y árabes corrompidas que sólo merecen la lapidación. Si no es así es que el tipo tiene un gusto lamentable.


Fíjate como se queda Rajoy sólo de pensarlo

Algo que me llama la atención es el comportamiento de los tíos en el vestuario. Yo, que soy un poco ligero de cascos, me despeloto junto a la taquilla y me voy como si tal hasta la ducha. Me ducho, me seco, vuelta en pelotillas hasta la taquilla y a vestirse. Los franchus no. Esos parece que llevan el calzoncillo tatuado, en un año no le he visto la pilila a ningún francés. Se lo llevan puesto hasta la ducha, se lo quitan dentro y se lo vuelven a poner antes de salir de la cabina-ducha. En la zona de taquillas hay unos huecos para que te puedas vestir y desvestir sin ser visto. Debe ser un detalle de cortesía hacia los hijos de mahoma que integran la clientela aunque si te digo la verdad, bretones, alsacianos y franceses de pura cepa hacen lo mismo y son usuarios del cubículo reservado a tímidos. Tampoco es que el asunto me mate pero reconozco que cierta curiosidad por ver si es verdad que los negros y los moros tienen más aparato que nosotros sí que tengo.

El cumpleaños de la nena

La pequeña Laura ha cumplido dieciséis añitos, ahí es nada. Nos vamos a evitar el rollo nostálgico conducente a una reflexión sobre la brevedad de la vida y la levedad del ser que es un coñazo y vamos a ir directamente al asunto. Se lo ha merecido la interfecta. Por otra parte, aquellos que tengan hijos adolescentes me entenderán bien y los otros se acordarán de esto que cuento el día que los tengan.

La cosa empezó el miércoles pasado. Después del gimnasio nos fuimos a buscar algún objeto del gusto de la nena por el centro comercial Atlantis, habitual de estas páginas. En primer lugar nos dirigimos a una tienda de ropa cuyo escaparate lucía una hermosa cazadora roja de plasticuqui legítimo por la que la criatura había mostrado alguna inclinación. Lamentablemente y sorprendentemente también, no tenían ninguna salvo la expuesta. Curiosa costumbre esta de exponer la ropa que no tienen. Nos encaminamos pues a Zara, que es como la casa de Dios por su ubicuidad en busca de un digno sustituto. Algo así encontramos, o eso me pareció, cuando vi un conjuntito muy apañado de camiseta negra con algo escrito en letras doradas y una especie de camisa/chaqueta de algodón, una cosa así como zarrapastrosa a la vez que quedona.

Al día siguiente, el día D o quizás día C, de cumpleaños, consideramos que sería oportuno salir a cenar al japonés preferido de la niña y darle el regalito y cincuenta euritos de vellón. Yo creo que no está mal, vaya, no es un sweet sixteen de americanos horteras pero tampoco una celebración de rumanos, una cosa así, mediadita, normal.

La primera fue darle el regalo. Un poco cara de culo ya puso al ver que no era ni una cámara de vídeo de euros 450 ni un fajo de billetes de similar calibre. Yo nunca he llegado a verla con el modelito puesto aunque su madre asegura que sí, que se lo probó. En definitiva, no le gustó.

La segunda parte del plan consistía en ir a cenar. El jueves llovía generosamente en Nantes, algo que últimamente se ha convertido en hábito, a ver si levanta un poquito la puta borrasca, con lo que salimos directamente en coche desde el garaje. Parece ser que los jueves es el día de salir de los nanteses. Eso o ese día habían decidido salir todos. Aparcamos en la Place Viarme y caminamos al restaurante Joyi, donde un par de horas antes habíamos intentado reservar sin saber muy bien si lo habíamos conseguido. No, no lo habíamos conseguido así que de vuelta al coche a iniciar la peregrinación bajo la lluvia. La de la onomástica así como que arrastrando los pies y de talante abúlico. ¿Niña, qué te apetece? ¿Niña, vamos a comer una pizza? No. ¿Vamos al Hipopotamus? No. ¿Vemos este otro sitio? ... Hasta que decidimos que con todo tan lleno y con tanta falta de entusiasmo por parte de la protagonista mejor nos íbamos a casa.

Hoy se ha dado bastante mejor. La nena estaba normal (no inspira ganas de apretarle el cuellín) y se ha ocupado, esta vez sí, de reservar en Joyi. El restaurante me lo enseñaron a mi Silvia y Eduardo y no se come mal. El caso es que habíamos estado alguna que otra vez antes y no teníamos la experiencia que otros relatan, que son muy lentos. Efectivamente, lo son. Llegamos a las nueve de la noche. A las diez menos cuarto estábamos esperando que nos tomasen nota y sólo a las diez y veinte nos sirvieron la sopa de algas y tofu y la ensalada que precede a las comidas japonesas. Los hijos, hay que decirlo, han madurado mucho porque hace unos años, cuando nos hacían estas cosas en Bélgica, lloraban desconsoladamente. Me puedo imaginar cuando esto mismo se lo hicieron a Lou, mi amigo americano, que viene de un país en el que si no te das prisa en comer, te sirven el segundo antes de que hayas terminado el primero y juro por mi madre que no me lo estoy inventando. Yo creo que el tema estaba en que los dos pavos de rasgos orientales que se veían eran todo el personal del local. Seguro que preparan la comida y sirven las mesas y claro, no dan a basto. Eso sí, amables un rato, al final, a media noche, tras tres horas de cena, uno de ellos se ha enrollado con nosotros, muy amable el chico. Nos ha invitado a un chupito de sake, algo muy inusual en Francia (que te inviten a algo) que sólo yo he aceptado aunque creo que Guillermo se habría ensilado otro sin problemas. El problema le habría venido después porque el sake, perfumado al gengibre, tenía 45 grados de alcohol.

Bueno, al final no ha estado mal lo del cumpleaños aunque lo del regalo me provoca mucha frustración. ¡Hay que joderse con los regalos de las nenas de la casa, mira que son difíciles!


domingo, 21 de agosto de 2011

La lata de aceitunas

Como tantas otras gentes que el mundo pueblan yo tengo un suegro. Nunca he hablado de él pero lo cierto es que se merece unas palabras por múltiples razones. Podría contar cosas serias, buenas y malas, creo que más buenas que malas y de hecho, fundamentalmente buenas si me circunscribo a mi relación personal con él y más aún si incluyo las de mis hijos con su abuelo. Pero no lo voy a hacer, me voy a centrar en las cosas absurdas porque mi interés aquí es el de hacer sonreír y si puede ser, reír a la parroquia y si para eso hay que exagerar un poco las cosas pues se hace y punto, que para decir verdades ya están los políticos y la prensa seria.

Una característica impensable de mi suegro es la de ser un comprador compulsivo. A mí me produce mucho alivio pensar que don S es comprador compulsivo porque gracias a eso sé de donde le viene a mi hijo su desmesurado afán por gastar dinero. El problema es que combina esta característica con una austeridad casi monacal lo que deriva en unas compras rarísimas. Su hija asegura que cualquiera que se acerque a él con una mercancía voluminosa lo tiene hecho. Yo tengo para mí que es que hace compras de machote, a saber, un tío, tío no compra cien gramos de jamón, compra una paletilla. Un tío,tío no compra un kilo de patatas, compra un saco de 25. Pues con las mismas, un tío, tío no compra una latita de aceitunas de 150 g, un hombre de verdad compra un pedazo de lataza de 5 Kg. ¿Y qué hace un hombre de verdad cuando se ha comprado cinco kilos de aceituna y cae en la cuenta de que vive solo? Se lo regala a su hija que vive en Nantes la cual, ni corta ni perezosa, lo carga en el coche y se lo lleva para allá. Esto ocurría hacia enero de este año.

Todas las casas suelen tener fenómenos extraños, en mi opinión relacionados con el paso hacia la 5ª dimensión. En la mía el fenómeno consiste en que coleccionamos latas de comida que nos acompañan durante años. La cosa empezó hacia 1995, cuando P me hizo saber que la piña en almíbar era en su opinión algo delicioso, un néctar de dioses sin el cual no podía vivir. A mí me sorprendió porque nunca jamás le había visto comer piña en almíbar pero tampoco me opuse a que comprase una lata, mejor que zapatos o joyas. La lata de piña convivió con nosotros varios años hasta que, tiempo después de que caducase, la liquidamos tal cual entró en nuestra vida. Ahora me arrepiento, unos años más y nos habría convertido en propietarios de una pieza de museo.

La siguiente pieza de la colección fueron unas bonitas latas de fabada que nos regaló nuestra amiga María Jesús, en Bélgica, allá por 2004 ó 2005. María Jesús era y sigue siendo, la esposa del entonces teniente coronel Martínez Manzanares, destinado a la sazón en la base aérea europea de Eindhoven. Los Martínez manzanares formaban parte de la sección española de la fauna internacional que nos juntamos en Bélgica, país en el que vivíamos todos con un cierto aire de temporalidad. Los militares españoles que iban a Eindhoven lo hacían por un periodo cerrado. Al contrario que nosotros conocían su fecha de regreso con lo cual a poco que se dejasen llevar por sus naturales instintos militares y sus naturales prejuicios españoles, podían hacer lo que hicieron estos, es decir, aprovisionarse de comida española para tres años porque como todo el mundo español sabe, la comida española es la mejor del mundo. Luego cuando llegas al sitio y se te caen los prejuicios te encuentras con que te falla la logística. María Jesús intentó mitigar el fallo logístico con un reparto de parte de la comida importada entre sus amistades y conocidos, entre otras razones por no llevársela de vuelta a España y, en ese reparto, fuimos agraciados con unas latas de fabada de a kilo que desde ese momento pasaron a formar parte de la familia y nos han acompañado por medio mundo. Si alguien está interesado en alguna de las latas que deje un mensaje en la sección de comentarios del blog.

En cuanto a la lata de aceitunas, unas aceitunas negras, gordas, buenísimas, pensaba yo que iban a entrar a formar parte de nuestro peculiar patrimonio familiar. Mi sospecha se veía reforzada porque P intentó colocármelas un par de veces, en ocasiones cocino algo con aceitunas negras, y yo las había esquivado con gran pericia. El caso es que durante la reciente visita de los Alvarez-Provencio, los que me destrozaron mi comode de 6 tiroirs, P le ofreció a su hermana llevarse una parte de las aceitunas lo que MJ, para mi sorpresa, aceptó. Digo para mi sorpresa porque me parece realmente incómodo viajar con aceitunas, algo al nivel de viajar con animales pero bueno, allá cada cual. El caso es que la vorágine de la visita y la intensidad de los días en Nantes y su pedanía hizo que la hermanas se olvidasen de la lata que allí estaba aguantando en su rincón, tratando de integrarse entre las joyas de la familia.

Y así transcurría plácida la vida de la lata de aceitunas negras, grandes, gordas, muy ricas, hasta que P decidió abrirla por su cuenta y riesgo. El primer asalto de P contra las aceitunas lo ganó la lata. Armada de nuestro mejor (y único) abrelatas, P atacó el colosal contenedor por varios ángulos pero este tenía un blindaje de un espesor tal que el pequeño abrelatas apenas pudo hacer un mínimo agujero.

Hoy ha sido el segundo y definitivo. Esta semana P, con la calculada frialdad de la que las mujeres afrentadas son capaces, se hizo con el arma definitiva: un abrelatas de explorador. Con el poderoso instrumento en la mano P se abalanzó sobre la lata y comenzó un encarnizado combate contra la misma. Tras reiterados intentos, poco a poco, la lata fue cediendo (habría que explorar las posibilidades del "abrefácil" en latas de cinco kilos). Finalmente lo consiguió. Está hecha una campeona. Abierto el contenedor, procedió a repartir el contenido en una infinidad de tuperwares de diversos tamaños que yo no sé muy bien de dónde han salido, supongo que de Ikea, como casi todo en casa.

Si a alguien le apetecen unas aceitunas negras, gordas, muy ricas, por favor deje recado en los comentarios de esta entrada (y esta sí que va en serio).

La lata muerta y su contenido

sábado, 20 de agosto de 2011

La comode de six tiroirs

Estoy muy orgulloso de mí mismo porque he estado lidiando en el Ikea y he salido por la puerta grande. En realidad el Ikea de aquí sólo tiene una puerta pero como grande, es grande. Tal y como comentaba en mi maravillosa entrada "aloun at joum" el sábado me desperté con el cerebro así como encogido, de tal manera que me bailaba dentro del cráneo golpeando violentamente contra las paredes del mismo con el consecuente dolor de cabeza que es fácil imaginar. Esta triste situación venía siendo el efecto secundario del alegre encuentro de españoles en Nantes que había tenido lugar la noche previa y que habíamos celebrado con un Inurrieta reserva y unos lingotazos de ron. Cuando me hube recuperado del estado precomatoso decidí atender a la lista de tareas que me ha dejado P para que vea que no soy mala persona, sólo un poco desmemoriado.

Me presenté pues en Ikea buscando como un desesperado la cómoda que en su momento me habían encomendado. Recuerdo que en su día discutimos sobre dos diferentes. A mí en realidad me daba un poco igual, al fin y al cabo soy hombre, pero por no ser acusado de indolente procuré formarme una opinión y defenderla. P por su parte no lo debía tener muy claro porque cedió a mi parecer pese a lo endeble de mis argumentos. Si serían endebles que no recuerdo los argumentos; es más, no recuerdo ni el modelo de cómoda que yo había elegido. Tras recorrer con aire de sabueso la exposición de Ikea, sin prestar la más mínima atención a nada que no fueran muebles de dormitorio fui a dar con la célebre cómoda. Era aquella. ¿Era aquella? Cojo el móvil y marco el teléfono de P. Hola,estoy en el Ikea ¿Y qué haces ahí? Ya sabes, viendo muebles y complementos, que me encannnnnta ¿qué voy a hacer? busco la cómoda que querías, etcétera. Compruebo con P que se trataba del modelo deseado y ella misma me recuerda que mi elección era otra, le quito importancia al asunto (no veía ningún otro modelo de cómoda en el vecindario y mi prioridad era irme lo antes posible con la tarea hecha). El protocolo de Ikea, quizás alguno de Pamplona o alguna otra capital de provincia carente de establecimiento de tan notoria cadena comercial no lo conozca, consiste en coger la etiqueta del mueble en exposición y ver el lugar en el que se puede encontrar en la zona de almacén; una vez allí buscas tu estantería, cargas el bulto como buenamente puedas en un carrito de la compra rarísimo que es un diseño sueco muy funcional y pasas por la caja a soltar la pasta. Esto es así casi todo el tiempo pero a veces lo que te dice la etiqueta es que contactes con un vendedor y, como no, eso era lo indicado en la etiqueta de la Comode de 6 tiroirs modele Malm, a juego con nuestra cama. La perspectiva de tener que trabar conversación en francés con una dependienta de Ikea me produjo una cierta desazón dado que estas cosas se sabe como empiezan pero nunca como acaban. Con eso y con todo decidí probar suerte, total es difícil que en Ikea me la hagan más gorda de las que me han hecho ya así es que alegre y resuelto partí en busca de algún chico/a vestido de amarillo y azul. Tras un rato de rastreo y venteo detecté una manada de dependientas, muy agitadas porque al parecer una parte significativa de ellas salía de vacaciones ese día lo cual producía cierta convulsión entre las otras y una importante desatención a la labor. Al principio dudé, el espíritu ultrafuncionarial de los franchus me asustó un poco pero en un momento dado respiré hondo y me dije "¡Qué coño, a por ellas!" Dicho y hecho, les entré con valor y aire torero a una que me sorprendió triplemente porque 1 se mostró muy amable, 2 entendió lo que yo decía sin problemas y 3 me dio explicaciones precisas y detalladas.

Resulta que por algún tipo de sofisticación sueca que se me escapa, Ikea dispone de un almacén auxiliar en la zona, a unos kilómetros de la tienda así que no me dieron el mueble sino dos papeles, uno con el nombre del mueble y otro con un plano. Ahí me empecé a sentir raro porque tenía un papel. Tras pasar por caja pasé a tener un papel y -145 €, una situación que no deja de ser preocupante cuando la ubicación de tu compra es incierta.

Me acerqué al coche, tumbé cuantos asientos pude y salí en busca del almacén con un ojo en la carretera y otro en el plano. Increíble pero cierto, llegué, entré a la recepción y me dirigí a una joven espetándole algo así como "Yo mi haber esta comprado", pero en francés. La chica tomó el papel de mi mano con lo que mi balance parcial pasó a ser de -145 € y 0 papeles justificativos de mi inversión, cada vez mejor. Al cabo la chica salió empujando penosamente un carro con dos hermosos paquetes, dos, en los que algún sesudo ingeniero, sin duda coreano, había conseguido meter mi cómoda de seis cajones. Balance: -145€, una factura y un mueble desmontado.

Me puse manos a la obra para meter los bultos en el coche. Al intentarlo con el primero observé que el cartón de embalaje de Ikea es muy resbaloso, que el mueble pesaba un huevo y que muy a mi pesar tengo 48 tacos y no soy Conan El bárbaro. Con gran esfuerzo y notorio derroche de imaginación conseguí encajar los dos paquetes en el coche casi sin desmontar los asientos y todavía me quedó hueco para sentarme a conducir. Balance: -145€ unos papeles que no sé donde he puesto pero juro que los tengo y un notorio dolor en la región lumbar.

Voy a saltarme la parte en que subo el mueble desde el garaje hasta el apartamento que no estamos para duelos. Sólo contaré que para cuando la última pieza estaba arriba el lumbago había desplazado cualquier otra sensación de mi cuerpo serrano.

Los muebles de Ikea me producen en general una sensación de incertidumbre en el momento en que los desempaqueto. Por una parte jamás me creo que estén todas las piezas y por otro siempre temo que se me escape alguna de las sutilezas que se dibujan en las instrucciones, que no incluyen una sola explicación escrita.  Con lo primero me equivoco, siempre está todo, hasta el último clavo. Ojo, que no se te pierda ninguno porque vienen contados. En lo segundo tengo razón, es fácil equivocarse y hay que inspeccionar cada dibujo con ojo de crítico de pintura.

Tras ingerir una colación más bien escueta me dispuse a ensamblar las piezas de mi mueble. Con paciencia de santo mártir y precisión de relojero suizo fui encajando las piezas una tras otra. El sudor recorría mi espalda, empapaba mi camiseta y me corría por la nariz goteando sobre las instrucciones de montaje. No recuerdo en qué momento empecé a sospechar que había colocado la superficie de la cómoda al revés pero sí que soy perfectamente consciente de que lo confirmé tras martillear el último clavo de la tapa trasera del mueble. En ese momento hice una exhibición de mis amplios conocimientos de la lengua de Cervantes, concretamente de la parte de tacos, blasfemias y palabras malsonantes en general; estuve recitando un rato antes de repetirme. Recuperada la calma fui capaz de enderezar el entuerto y montar la tablita de Dios como es debido. Hasta aquí la tarde del sábado.

La resacona del domingo -sí, estuve de fiesta otra vez, ya lo he contado- me la quité montando cajones. Seis. Lo bueno de los cajones es que el primero cuesta pero luego los otros salen de corrido. A media mañana el trabajo estaba terminado.

Hace una semana un invitado abrió uno de los cajones que se salió da la guía. Shit happens...


Cómoda Malm de seis cajones

lunes, 8 de agosto de 2011

En aguas turbulentas

Estoy de vacaciones. Es la segunda vez este verano, mis vacaciones son breves pero abundantes, lo uno por lo otro. Los franchus no entienden que uno se pueda ir de vacaciones de verano por un periodo inferior a tres semanas con lo que mi actitud estajanovista les tiene más confundidos que la noche a Dinio. Yo les he insistido mucho en que me llamen y me cuenten como les va pero no lo hacen. Está por descubrir si es por respeto a las vacaciones del jefe o porque son una panda de capullos. Sea como fuere se van a cagar la semana que viene, eso si no me cabreo antes y les doy yo la llamadita.

El caso es que el viernes me cogí un avión en Nantes que me dejó en Madrid en un decir "¡Ay Jesús!", maravillas de la modernidad que nunca dejan de impresionarnos. Al día siguiente salí de excursión con mis amiguitos, Fernando y Joaquín. Nos fuimos a nuestra excursión anual de buceo, una tontería que nuestras familias nos consienten desde hace unos cuantos años; veremos si la complacencia continúa el día que digamos de organizar la Bucealia en el Mar Rojo o cosa así. En esta ocasión y dada la escasez de fluido vital (dinero) hemos repetido un clásico, Tossa de Mar, en la Costa Brava, con alojamiento en ca Joaquín, en Cerdanyola mismamente. El viaje desde Madrid en coche de Fernando, diesel, a seis y pico litros el kilómetro, muy bien. Ya a la ida hemos contado con la originalidad de J que tenía que recoger su coche en la estación del AVE de Zaragoza, una historia compleja y cargada de surrealismo como las que a él le vienen ocurriendo.

Chez Joaquín ha sido para nosotros un lugar de tradición hospitalaria del que todos guardábamos un grato recuerdo: barbacoas en el jardín, niños disfrutando de un descanso después de un largo viaje desde Bélgica, Fernando a punto de romperse una vértebra al caer por la escalera... Ahora J vive solo, los días laborables, una parte de ellos en realidad, con lo que la situación de la casa es un poco diferente. El mobiliario en general ha desaparecido salvo algunas excepciones, y la piscina se ha convertido en un criadero de mosquitos tigre de la variedad "fieras insaciables" que han demostrado una eficiencia a la altura de los más exigentes baremos. Nuestro acomodo en can J fue tal que así: Fernando que duerme allá donde se quede inmóvil más de cinco minutos, se acomodó en un delicioso jergón, préstamo de  una vecina, depositado en el suelo; yo, que soy más delicadito, en una cama hinchable.

Primera noche en Cerdanyola primera cena, primera curda. En estado calamitoso llegamos a la casa (habíamos cenado en el barrio) y nos distribuímos en nuestros respectivos cubículos. Al cabo de un rato me incorporo alarmado porque un oso grizzli ha entrado en la habitación de Fernando y lo ha devorado. Falsa alarma, el angelito se ha dormido con la puerta abierta que al cabo J cerró sin comprender que dos habitaciones más allá le despertasen los bramidos del Bello Durmiente. El vídeo que presento es una muestra de los bramidos en cuestión. Para disfrutarlos en plenitud aconsejo subir bien el volumen del ordenador porque la grabación es un poco precaria.



Tras una noche de mierda en la que debimos dormir unas cuatro horas, Fernandoso alguna más, nos encaminamos hacia Tossa de Mar a sumergirnos en la mediterraneidad. El olvido por parte del señor Usera de su cámara de fotos sirvió para que Joaquinito le estuviese haciendo sangre varias horas. Café con bollo y a bucear no sin antes celebrar el rito de embutir a Fernando en el traje de buceo, una operación que se complica de año en año sin que quede muy claro si el motivo está en el aumento de la masa magra de F o en el encogimiento y esclerotización de la submarina indumentaria.

Los hechos fernandinos merecerían no ya una entrada sino un blog completo. Como  él no se decide igual un día acabo escribiéndoselo yo.

Las dos primeras inmersiones fueron desde barco. En el nuestro íbamos como diez buceadores. Cuando llegamos a la playa - el barco se abordaba desde la playa- había un tránsito notable de submarinistas. En Tossa hay, según nos han contado, unos seis clubes de buceo a los que se añaden los que vienen de localidades próximas. Eso supone que en un domingo se pueden llegar a juntar sesenta buceadores o más, primero en la zona de entrada al agua y luego en el punto de buceo. Nuestro pequeño grupo, los tres más un individuo bastante agradable y buen buceador, estaba capitaneado por un dive master (un buceador avezado que te guía en las profundidades, para quienes no entiendan la jerga) que me pareció un poco histérica. Estábamos en nuestra turné, llevábamos un rato en ello, cuando me dirgí a indicarle que tenía el aire a la mitad, tal y como había pedido que hiciésemos antes de bajar. Por alguna razón el tipo interpretó que yo estaba agobiado y se pasó el resto de la inmersión preguntándome si estaba bien. Yo le decía "¡qué sí, cojones!" pero como debajo del agua no se puede hablar pues el tipo erre que erre. Vimos bastante fauna pero lo que más abundaba eran los buceadores comunes. En esas circunstancias cuando alguien atina a avistar un bicho hace señales y una tromba de turistas submarinos ávidos de contemplar la naturaleza en estado puro se abalanza sobre él con ánimo de sacarle fotos. Tras el posado los buceadores abandonan en masa el lugar y continúan la cacería submarina dejando atrás una nube de arenas revueltas y pescados aturdidos. Y es que un buceador con cámara es un ser que no conoce; en algún momento me acerqué a contemplar un bichejo en su agujero cuando J me arrolló sin contemplaciones para hacer una foto sin que yo pudiera ver al bicho después más que en la foto en cuestión.

Dos inmersiones sucesivas colmaron las ansias de buceo de F y mías, no así las de J que si por él fuese comería bajo el agua. Algo grasoso, para que no se disuelva. Desembutimos a Fernando de su neopreno y nos fuimos a comer. Un arroz negro, buenísimo, en una terraza en la que, sin razón aparente, el camarero (gay) nos cogió manía. No lo entiendo muy bien porque a J siempre se le han dado muy bien los tíos. Con la comida una torrija terciada y a descansar a la playa de Tossa.

Allí nos acomodamos los tres en sendas esterillas playeras. Tras contemplar y comentar el panorama (femenino) a nuestro alrededor nos dedicamos a lo nuestro, J y yo a la prensa (de derechas, por supuesto) mientras que F se tumbó boca arriba, se agarró los pectorales o tetillas y al cabo de unos segundos empezó con su alegre concierto. Comenzó con un allegro ma non tropo al que siguió un potente cresscendo. Cuando alcanzaba el nivel de allegro vivacce, también llamado grado 7 en la escala de Richter, J empezó a tirarle piedras a ver si lo callaba temeroso sin duda de que los otros bañistas optasen en un momento dado por tirarnos las piedras a nosotros y echarnos de la playa por indeseables. Al cabo de varias pedradas y con el alcohol ya metabolizado optamos por continuar con los deportes de riesgo yendo a cenar a un local de moda en Barcelona.

El local en cuestión se ubica en los bajos del hotel W, una zona de lo más que viene a ser como el empijecimiento absoluto de lo que otrora fuesen los chiringuitos de la Barceloneta. De hecho se llaman así, "chiringuitos", aunque la pronunciación de la tercera "i" tiene que sonar un poco a "e" y quedar una cosa así como "chiringuetos". En los chiringuetos dan cosas de comer y beber relativamente normales pero todo lo que lo envuelve es fashion total lo que inmediatamente lo hace caro y exclusivo. Del episodio recuerdo poco, a saber, dos cervezacas, un vino navarro muy celebrado por mis compadres, algunas dosis de ron, la camarera y unas cuantas clientas.

El hermoso hotel W de Barcelona

Esa noche J, que ejerce entre otras cosas como mi camello de cabecera, me proporcionó una pastillita rosada que me permitió dormir pese a la actuación estelar del Orfeón de los Osos Pardos que tenía lugar en la habitación de F con lo cual a la mañana siguiente me sentía mucho más dinámico y dispuesto a bucear entre tiburones antropófagos.

Apañamos el día con dos inmersiones desde playa en una zona que se llama "La mar menuda" y que, por la afluencia de público, sugería mucho un centro comercial en temporada navideña pero en versión submarina. Es de reseñar que a la vuelta al club y siendo necesario pagar en efectivo, salí a buscar un cajero. En mi búsqueda me crucé con J quien había hecho lo propio minutos antes. Tuvimos una conversación tal que así:

Yo: "¡Joaquín! ¿Esheabuensa kjero?
J: "¡Eberun quierda!" (apuntando con la mano hacia su derecha)

Seguí caminando como si hubiese entendido algo sin encontrar el famoso cajero hasta que tuve un pensamiento "a que va a ser verdad que hablamos poco claro..." y me dí la vuelta y me fui a buscar por la calle de la derecha.

Agotados de tanto esfuerzo decidimos premiarnos con un poquito de marisco y un vino blanco en el mismo restaurante del día anterior donde el mismo camarero gay nos volvió a atender aunque parece que esta vez estaba amistoso. Todo iba muy bien y así habría terminado si J no se pone a manifestar a gran volumen sus opiniones sobre la política catalana lo que nos condujo a finalizar la colación entre miradas recelosas. Un mancebo de notables proporciones, con una abundante melena rubia peinada hacia atrás, hijo del dueño del restaurante (o novio) y sueño lúbrico de nuestro camarero, nos invitó a un segundo café vista nuestra determinación de rechazar todo tipo de chupitos.

La torrija subsecuente, la número 3 de la expedición, decidimos bajarla con un paseo por la simpática villa de Tossa y con el empaquetamiento de nuestros equipos en el useramóvil. Vuelta a Cerdanyola y a prepararnos para la última noche loca.

Dadas nuestra edad y nuestra condición, es difícil tener una noche loca tras otra. A requerimiento de F regresamos a la zona de la noche anterior si bien esta vez nos buscamos un chiringueto más chiringueto, es decir, igual de pijo y de caro pero con mucha menos variedad y con pretensiones de más rústico. Ya la cosa no nos dio ni para vino, lo apañamos con unas cervecicas y unas pocas de raciones que a mi me parecieron más unas muestras que unas raciones. La fiesta terminó con unas dosis de alcohol de alta graduación en la terraza-piscina del hotel W, más fashion que la leche, atendida por unas camareras muy aparentes y en general un poco sosa si la compañía son dos varones heterosexuales y tú compartes esa misma condición.

De vuelta a chez J otra pastilla rosa de esas que me hacen tanto bien, un sueño más o menos continuado y de vuelta a Madrid. Me lo he pasado bien.

Dos merluzos de La mar menuda (Tossa de Mar, Gerona)

Se pueden ver más fotografías de esta épica excursión pinchando aquí.

Esta entrada ha sido posible gracias a las magníficas fotografías submarinas y terrestres de J y a la destreza de mi hija Laura que ha conseguido que los ronquidos monstruosos de F puedan ser disfrutados desde esta página. Agradecido a los dos.